Ha sido con mucho la más especial para mí. En este Certamen nos hemos hecho mayores, grandes, maduros.
La asistencia ha sido la mayor de nuestra historia, más de 100 chavales acudieron al acto en dos tandas, de los casi 120 convocados. Son malas fechas por las Primeras Comuniones.
La primera gran alegría que me llevé fue el ver aparecer a todos los juveniles, indistintamente del dojo, como una piña, dispuestos a ayudar en lo que fuera necesario. Muchos de ellos haciendo horas extra de estudio el día anterior y luego por la tarde de ese día, sacrificando su merecido descanso, para poder estar ahí.
Su nivel de implicación, sus valores y su ética fueron una lección para todos.
Me sorprendió la disciplina de los más pequeños, que fueron los primeros llamados. A pesar de su corta edad y su gran energía y vitalidad, que demostraron nada más llegar jugando todos un poco a su aire, llenando de alegría y risas el ambiente, se comportaron con mucha disciplina y paciencia durante todo el tiempo que permanecieron en el tatami, desde que se les llamó a sus posiciones protocolarias.
Y los juveniles y adultos atentos y arropándolos para que estuvieran cómodos y atendidos.
Ver el cariño con el que ayudaban los chavales a los más pequeños... no se puede contar, hay que vivirlo. Ver las caritas de admiración por los mayores. Ver el amor y la paciencia que ponían los chavales en ayudar a los pequeñines cuando realizaban las técnicas propuestas... la cara de orgullo de nuestro Director Técnico, Juan Carlos Santurde... indescriptible...
Cuando llegaron los exámenes de los demás, la paciencia y el buen comportamiento en el dojo. La supervisión cariñosa de los adultos. Ver a los padres y madres en las gradas confiados y tranquilos, en un silencio respetuoso por el trabajo realizado... hay que vivirlo.
El nivel técnico de los chavales fue patente. Las caras de los cintos negros presentes y de nuestro Director Técnico lo decían todo. Admiración por su nivel, y envidia por su juventud (quién hubiera podido empezar a su edad) era todo lo que necesitaba ver para saber que estamos por el buen camino.
La organización fue rodada. Los tiempos perfectos. La coordinación con el equipo que nos ayudaba, magnífica. No hacía falta apenas hablar, había tal armonía en el ambiente que sin decir nada ya estaba alguien haciendo lo necesario.
Y la guinda del pastel... los exámenes de los cinturones marrones, la segunda generación de cintos negros que va a salir de nuestros juveniles. ¡¡Qué nivel...!! Aunque de ésto he de confesar que me enteré en último lugar. Tuve el honor y el gran placer de hacer de Uke de mi hija en su examen. Y he de confesar que hacía tiempo que no me daban semejante paliza. Guante de seda en puño de hierro. Movimientos fluidos, técnicas contundentes... tuve que emplearme a fondo varias veces para poder responder a su técnica...
Los demás candidatos también estuvieron a la altura.
Y el momento de la entrega de cinturones... dárselo personalmente a mis hijos fue especial, pero entregarle el cinturón marrón a mi hija, el último tramo antes del negro... no pude contener la emoción y me abracé a ella lleno de orgullo... mi hija ya cinturón marrón... ¡¡y qué nivelazo...!!...
Sí, estoy pecando de orgullo, y me disculpo por ello... Pero ¡¡Vive Dios que tengo la mejor de las razones!!
Finalizado el acto. Padres felices, niños orgullosos, fotos, risas, abrazos, felicitaciones... acabé felizmente saturado de emociones... (¡¡Se hicieron fotos conmigo de forma protocolaria, al lado de mi Maestro y con el kamiza de fondo...!!) hasta tal punto que cuando me quise dar cuenta, era el último que quedaba por cambiarse... no me quería ir...
Vistas las fotos el día después, miro nuestra cantera, nuestro orgullo, nuestro futuro... y me fijo en el detalle de que nuestro Director Técnico en la fotografía permanece a un lado. “Para equilibrar la fotografía”, me dice, entre risas. Le conozco bien, y quiso dejarme ese día todo el protagonismo, ya que mi compañera Gemma no pudo estar ahí enmedio debido a su lesión. Nunca me habían dado tal reconocimiento, y menos alguien tan importante y al que tanto admiro como él, dándonos a todos con ese detalle una gran lección de un gran maestro: HUMILDAD.
Domo arigato gozaimashita.
Minchi.
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